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29 de agosto de 2014

25 toneladas de insomnio



Este texto de Yamil Mojica, publicado en la revisa Era, es un brillante ejemplo de crónica. Disfrútalo. Comentaremos en clase.

25 toneladas de insomnio
Después de hacer jornadas de hasta 11 días sin dormir, a Juan el único vicio que no le gusta es el alcohol. “Trailero que se duerme, se lo lleva la chingada”, reza antes de beber el primer cocktel de estimulantes de la noche. Aquí hay una sola lógica: hacer más viajes en el menor tiempo posible, para ganar más cada quincena. Su mujer encinta lo espera en casa; cerrados los ojos quizá a lo que él hace para tenerlos abiertos

Yamil Mojica
Juan enciende un Marlboro rojo, sube el volumen del estéreo para escuchar a Nirvana: “Now the people cry and the people moan and they look for a dry place to call their home…”  Sobre la seca y dura tierra en las afueras de Los Reyes Acaquilpan un par de chamacos flacos vestidos en shorts de futbol, sin camisa ni zapatos, con el cabello tieso por el sol y los ojos inyectados de brío, lavan la trompa del tráiler: “…and try to find some place to rest their bones…” A la distancia, el inevitable sonido de los autos rasgando el viento sobre la libre Texcoco-Calpulalpan: “…while the angels and the devils try to make them their own…”.
25 toneladas de lonas de plástico en el remolque de dos ejes viajan desde una bodega en Iztacalco y deberán ser entregadas en Xalapa por la mañana del siguiente día. El motor del Kenworth arranca, integrándose a la carretera. Juan se restriega los ojos, fuma otro cigarro y ahora escucha una versión grabada en vivo de “Even Flow”; da palmadas al volante al ritmo de la batería. Sonríe y confiesa que Pearl Jam es una de sus bandas favoritas.
La faz fronteriza entre Tlaxcala y el Estado de México da cuentas de un paraje de árboles polvorientos en el que la esfinge de una enorme virgen de Guadalupe se encumbra sobre un cerro; observante, ante esa soberanía vacía del kilómetro 32, donde en 2013 se acumularon 52 muertes por accidentes automovilísticos.  El tráiler continúa su marcha como un gusano blanco entre anuncios fantasmas: pulque, barbacoa de hoyo y filetes asados.
Genio y figura
Juan nació en Xalapa, hijo de padre trailero aprendió el oficio desde muy temprano; abandonó sus estudios de bachillerato por querer “ganar lana para desmadrarse y conocer morras”, como él dice. Nació en 1982, pero a juzgar por su semblante, obra de las drogas, bien podría haber conocido el mundo por vez primera a mediados de los setentas.

—Trailero que se duerme, se lo lleva la chingada—, asegura mientras se empina un Red Bull y cuenta que el único vicio que no le gusta, es el alcohol. Viste un par de Vans negros, jeans holgados y una playera de Mudhoney.
Su mirada vidriosa enmarcada por unas profundas ojeras lo convierte en el rey de un espacio que sólo a él le pertenece: la cabina. La combinación música-hacinamiento itinerante deviene en una especie de burbuja que lo aísla del exterior y de la que tiene control absoluto.

Algo un poco más fuerte
Ha arribado a Perote, a la noche de Perote, a una oscuridad fría, de suelos secos, porosos y áridos. Noche, su noche desvelada entre la carretera adornada de matorrales, mezquites y chilacayotes.
—Ando erizo—, manifiesta mientras detiene el tráiler en una cachimba, término para denominar a los restaurantes para camioneros.
Con una gran sonrisa en el rostro, saluda a Petra, una mujer gruesa y joven. Ésta le sirve un café.
—¿Cómo está tu mujer? —pregunta ella.
—Bien, ya nos dijeron que va a ser niño, y que nace pa’ noviembre —responde Juan. Continúan conversando, entre risas y anécdotas de reuniones pasadas.
Mientras él le ayuda a instalar la válvula de un tanque de gas, la mujer saca de una gaveta un pequeño envoltorio de papel aluminio con cápsulas de Orlistat y Sibutramina, potentes adelgazantes que se consiguen sólo con prescripción médica y que Juan compra por uno de sus efectos secundarios: la supresión del sueño.
Otro tráiler llega a la cachimba, lo conduce el hermano de Petra. Se le ve un poco agitado, tanto que en vez de saludarlos, les cuenta que se ha topado con un retén policiaco.
—Pinches cabrones, estaban con las luces apagadas; no me dio tiempo de esconder mi toque, lo tuve que tirar —manifiesta.
—¿Los marinos? —pregunta Juan.
—No, güey, los estatales, ésos son los más mierdas.

Una  oscuridad de pupilas dilatadas
La noche comienza a tornarse más espesa; Juan se despide de todos y enciende el motor. Fuma un cigarro más y busca por todos los rincones de la cabina alguna porción de droga que lo pueda meter en problemas; no encuentra nada.
Suena, “Nothing else matters” de Metallica. La acumulación de cafeína y taurina en su cuerpo hacen que sus dedos se muevan rápido, el ritmo de su respiración ha aumentado.
—Si no tomo esta madre, me caigo; imagínate, ha habido ocasiones en las que he pasado hasta 11 días sin dormir, ‘tá de la madre, —dice mientras selecciona otra canción, una más rápida y pesada, una que le siga el ritmo a su palpitar cardiaco. “Blind”, de Korn es la elegida:
“How deep can I go in the ground that I lay?
If I don't find a way to see through the gray that clouds my mind.
This time I look to see what's between the lines!”
El retén del que hablaba el hermano de Petra se ha movido a otro lugar. Juan lo celebra con mesura, pues sabe que el abuso de autoridad y la corrupción policial es una plaga con la que todo trailero debe lidiar.
Se detiene en una gasolinera para cargar combustible y calibrar las llantas, después se dirige al mini-súper y regresa con una bebida energética en la mano. Los graves daños que el coctel anti-sueño ocasiona en su cuerpo, los conoce pero no le importan. Aquí hay una sola lógica: hacer más viajes en el menor tiempo posible, para ganar más cada quincena.
—Está chido porque es más barato que comprar perico, además no te pone loco…  bueno sí, pero no; es diferente, uno se activa y anda al pedo—responde a una pregunta que jamás le hice, ya con las pupilas dilatadas pero en pleno control de sí.

Sueños disueltos en eterna vigilia
Me ofrece un cigarro mientras me dice que a veces ha pensado en concluir la preparatoria, pero que el trabajo se lo impide. También que amaba dibujar y que su especialidad eran Los Caballeros del Zodiaco y Dragon Ball Z, sobre todo las peleas maratónicas entre Goku y sus némesis.
El repertorio de rock ha finalizado, ahora es tiempo de narco-rap. “Para los guerreros que viajan armados, siempre alterados, bien preparados, por si hay un topón, puro vato loco, puro cabrón, armados con granadas, con sus trocas blindadas…”
Dos horas para llegar a Xalapa, la carretera, húmeda y muerta en su color gris rata, como un abismo horizontal donde se alzan pinos, cipreses e higuerillas formando una nube oscura y claustrofóbica que nulifica la panoramización del paisaje.
El tráiler se para frente a una casa mediana con las luces apagadas. Juan baja de la cabina y con rapidez abre la puerta del lugar. Regresa con una Coca Cola helada y cuatro pastillas de Sibutramina; las ingiere todas de un solo trago y el tráiler comienza a moverse hacia su destino.
Al ver su rostro, uno dudaría de estar ante un hombre despierto. Más bien parece un sonámbulo. Un sujeto en piloto automático. Alguien autoforzado a convertirse en máquina de vigilia, de movimiento. Una máquina funcional en tanto la fórmula música-descontrol-estimulantes siga a su disposición.

De vuelta
Juan forma parte de una realidad reconocida por la Confederación Nacional de Transportistas (Conatram). El vicepresidente nacional de la organización, Manuel Santos Benavides, declaró en septiembre de 2013 que las cifras dadas a conocer por la Secretaría de Transportes (SCT) (71 positivos al antidoping de un total de 411 pruebas) eran incluso conservadoras en torno del problema: “se quedan cortos, hay un gravísimo problema de adicción”.
Sin embargo la misma organización aclaró que el número de accidentes ocasionados por transporte de carga –el cual ha ido en aumento desde 2011 según registros de la propia SCT y colocan a México en el sexto lugar internacional-, obedecen no únicamente a este factor sino a la cadena de corrupción que empieza con el incumplimiento de la normativa de pesos y dimensiones, así como a la negativa de las autoridades a prohibir el uso del doble remolque, que es en muchos casos, la causa de accidentes mortales.
Finalmente Juan ha llegado a Xalapa, a la Xalapa hundida en la plenitud de su silencio, de su madrugada y de los seres que furtivamente pueblan sus calles. El tráiler avanza entre la ciudad como punto indefinido entre la bruma que la enmarca, como un limbo que lo recibe, dando por finalizada su jornada.
Su mujer lo espera en casa, ignorando lo que él tiene que hacer para mantener los ojos abiertos, para no cerrarlos en la oscuridad, pues la vida es luz y basta con esperar a tener un hijo para saberlo.


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Text to the right
Juan nació en Xalapa, hijo de padre trailero aprendió el oficio desde muy temprano; abandonó sus estudios de bachillerato por querer “ganar lana para desmadrarse y conocer morras”, como él dice. Nació en 1982, pero a juzgar por su semblante, obra de las drogas, bien podría haber conocido el mundo por vez primera a mediados de los setentas.
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(…) La mujer saca de una gaveta un pequeño envoltorio de papel aluminio con cápsulas de Orlistat y Sibutramina, potentes adelgazantes que se consiguen sólo con prescripción médica y que Juan compra por uno de sus efectos secundarios: la supresión del sueño.
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Me ofrece un cigarro mientras me dice que a veces ha pensado en concluir la preparatoria, pero que el trabajo se lo impide. También que amaba dibujar y que su especialidad eran Los Caballeros del Zodiaco y Dragon Ball Z, sobre todo las peleas maratónicas entre Goku y sus némesis.


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